una educación siempre posible


Si me lo dices, seguro que lo olvido.
Si me lo explicas y me lo enseñas, a lo mejor lo entiendo y lo recuerdo.
Si me dejas hacerlo, lo aprenderé.







Se propone una pedagogía de la liberación, una educación dialógica, dialogada, mayéutica, enraizada en las propias vidas de la comunidad, que lleve al descubrimiento común de los diversos problemas y contradicciones que constituyen la realidad social, la vida pública, la Publicidad. Una pedagogía opuesta al concepto numérico, cuantitativo, bancario, de la educación, que sería el mismo que ya Platón criticara por boca de Sócrates: el alumno es como una botella vacía que el maestro debe llenar; el maestro somete la botella a un examen objetivo para medir su contenido exacto; el maestro etiqueta convenientemente las botellas listas para su consumo en el mercado laboral.
Junto a esta concepción bancaria, que no es más que la concepción autoritaria de la opresión en el marco escolar, el Mercado educa, informa y conforma a través de los Medios de Formación de Masas a los consumidores/trabajadores que luego la escuela debe clasificar. Frente a esta situación de opresión, Freire nos puede prestar sus principios y objetivos de una pedagogía del oprimido, liberadora y revolucionaria. Liberadora y revolucionaria porque persigue el objetivo ilustrado del ingreso del ser humano en la mayoría de edad, entendida como la consecución de la autonomía por las luces de la razón crítica y guiada por los principios inalienables de libertad, igualdad y fraternidad.


Esta educación, que es efectiva desde los más elementales niveles de la alfabetización, debe fundarse en todo momento en el diálogo. Nadie aprende de nadie, nadie enseña a nadie, aprendemos juntos acerca del mundo que nos mediatiza. Aquí es donde aparece la opresión. En la concepción autoritaria de la educación, el educando es oprimido en cuanto está privado de su palabra, forzado a reproducir la palabra del opresor, consignado. Así parece inevitable que suceda en la sociedad del espectáculo que produce la educación publicitaria de los Medios de formación de Masas, donde por medio de la proliferación y reiteración de consignas, nos mediatizamos y consignamos nosotros mismos para perpetuar el status quo de esa realidad. Nuestra palabra es únicamente tenida en cuenta en cuanto dato estadístico para la mejor gestión, el mejor control, la más rentable opresión: consignada. Nuestros actos solo ponderados en la balanza del debe y el haber del mercado de trabajo y el mercado de consumo: consignados. La educación de liberación no se puede hacer mediante consignas: deben presentarse las consignas generadoras de los mitos que constituyen la realidad para someterlas a una reflexión crítica.

La reflexión no es un momento previo a la acción, es ya en sí misma acción debido a su capacidad transformadora. Reflexionar sobre los temas generadores de nuestra Realidad es someter la realidad mediatizadora a una criba crítica. Es ya práctica liberadora desde el momento en que se devuelve a las gentes su papel como sujetos y no como meros objetos en la compraventa del mundo.

Expliquemos esto último con mayor detenimiento. Es condición necesaria para la opresión que el opresor presente la realidad como algo estático a lo que uno se debe amoldar. El oprimido no actúa libremente, porque la única posibilidad de acto libre es aquel que, realizado con los otros, tiene conciencia de que la realidad depende de nuestras propias acciones. Nada más lejos de las intenciones del opresor, para quien la reflexión en la acción no puede hacer más que desvelar las causas generadoras del status quo fundado en la objetivación, la deshumanización y la mercantilización de las gentes oprimidas, encasilladas en la matriz de todo posible acto que la cultura de opresión diseña y construye.

La comunicación del opresor siempre será unidireccional, presentando la realidad humana, cultural, como un fenómeno naturalizado. La toma de conciencia del oprimido (del educando-educador tanto como del educador-educando) no resulta fácil de conseguir en cuanto éste ha interiorizado al opresor. Sin duda esto supone un obstáculo para la concienciación, la liberación y el aprendizaje, pero es también la posibilidad de reconocer los temas generadores que pondrán de manifiesto la injusticia de una sociedad reificada una vez sometidos a la crítica mediante el diálogo, siendo esto ya en sí y para sí una práctica liberadora, un acto educativo. Por ello la liberación ha de ser permanente, y permanentemente revolución cultural. La cultura es el espacio dialéctico e histórico que el hombre habita y es tanto construcción suya como él es producto de ella; el reconocimiento de esto, del carácter mediador y dependiente de nuestros actos del mundo en cuanto cultura - hablar el mundo, leer la realidad - es la esencia de la práctica educativa de liberación, que en cuanto actividad debe ser actividad reflexiva y común.

La pedagogía del oprimido debe empezar estudiando con el oprimido su mundo, su visión de la realidad, sus problemas, sus contradicciones, sus miedos, sus anhelos, en busca de los temas generadores que mejor expresen la contradicción a la que están sometidos. El mayor peligro de toda pedagogía es caer en el dirigismo. De esos temas generadores radicalmente integrados en la realidad de la comunidad educativa, entendida siempre como parte de una comunidad mayor, se  necesitarán temas bisagra que pongan en contacto unos temas con otros e impidan la percepción de los contenidos como compartimentados y ajenos a la propia realidad vivida por todos. Por medio de la presentación de codificaciones de esos momentos clave - anuncios, series, noticias … - en los que se manifieste la contradicción, y por medio del dialogo y la discusión, el análisis, y las prácticas, la comunidad educativa, guiada por la curiosidad, descubrirá las contradicciones en las que vive y la posibilidad de ponerles remedio, al descodificar los mitos en que su realidad se haya inmersa y tomando conciencia de que son fruto de la acción humana, recuperando, el oprimido, a un mismo tiempo, la palabra y el acto alienados, recuperando la subjetividad que le había robado el opresor (y él mismo en cuanto tiene interiorizado al opresor, en cuanto reflejo suyo). El oprimido sólo puede vender su fuerza de trabajo y su capacidad de consumo y eso es, y será siempre, una forma de esclavitud. El oprimido tiene que ser autónomo, dueño de su acción, de su actividad transformadora, y tiene que ser consciente de los roles que desempeña como consumidor y como fuerza de trabajo, para de ese modo, recuperar la humanidad y dejar de ser un mero objeto de la opresión.

La educación de la opresión de los medios de formación de masas, será siempre invasión cultural. La acción cultural autoritaria, antidialógica, mitifica el mundo de contradicciones, para que estas no sean superadas, para impedir la transformación radical de la realidad e imponer la perpetuación de la estructura que favorece la injusticia que sólo a pocos beneficia. “Este es el motivo por el cual esta modalidad de acción implica la conquista de las masas populares, su división, (su individualización), su manipulación y la invasión cultural”. En la invasión cultural, los actores, ni siquiera necesitan ir personalmente al mundo invadido ya que éste, inexorablemente omnipresente, llama a tu propia puerta ejerciendo un control remoto mediante un mando a distancia.

La acción es mediatizada cada vez más por los instrumentos tecnológicos – son siempre actores que se superponen con su acción a los espectadores, que se convierten en sus reflejos, en sus objetivos. En la síntesis cultural propia de la educación de liberación, los actores (maestros y profesores) se integran con los espectadores (alumnos) que se transforman también en actores de la acción que ambos ejercen sobre el mundo. La invasión cultural pretende que los actores y la realidad se queden como están, negando la posibilidad de transformación - ya que la realidad es producto de unos actores y por lo tanto ajena a los espectadores. La opresión es mantener las estructuras en que se forma esa naturalización de la cultura. La revolución es necesariamente permanente en cuanto permanentemente problematizadora y transformadora del carácter recursivo de la cultura por el cual sólo una actividad continuamente problematizadora da la libertad a la gente.

Por tanto la liberación es aventura y es riesgo, porque es verdadera creatividad, verdadera liberación de las potencialidades humanas de aprendizaje, verdadero amor por saber, hasta ahora mediatizados por el Mercado en beneficio de unos cuantos que no son, a su vez, más que esclavos de su propio beneficio. La educación en cuanto acción comunicativa de síntesis cultural y transformadora, de actividad crítica reflexiva permanente sobre la realidad mediatizadora entre y de los hombres, necesita un encuentro verdadero de las gentes con un objetivo claro: liberarse de las cadenas y abandonar la caverna de los mitos para tomar las riendas de la vida en común. Esto supone necesariamente un acto de amor. Por eso es difícil, porque amar, vivir, morir, es difícil, es necesariamente una aventura sin fin.

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